El mundo es un pañuelo

Estaba yo visitando una feria de antigüedades en Avilés, cuando allá al fondo divisé un puesto de mercería del año pum bien surtido de mercancías, y entre ellas, medio tapados por otras, aunque no tanto como para que el entrenado ojo de un ojeador no alcanzara a distinguirlos: ¡Botones!


Eran, sin embargo, botones demasiado pequeños. 
Incluso para mi gusto, que suelo alinear en las delanteras de mis equipos a los que André Luis llama "esos pequeñajos", en el tono que os podéis imaginar que emplea al encontrarse con botones de menos de tres centímetros alguien que -como André- está habituado al manejo de enormes jugadores de cinco y medio centímetros de diámetro.

Aun así, aplicando la vieja máxima de "no te rindas jamás", no me rendí, y me acerqué a la encargada para preguntarle si no tendría por ahí otros botones de mayor tamaño.

La señora me condujo entonces hacia donde, repartidas por el suelo, había cajas con objetos variados, y aupando una de ellas a la mesa, y mostrándomela llena de botones, me invitó a revolver en su interior cuanto quisiera, a ver si encontraba algo de lo que buscaba.

La vendedora, sin duda, había sabido calar al cliente. 
Había dado en seguida con el quid, con "la psicología del individuo", que diría Wodehouse.

Remover botones con la mano es siempre un placer. El tacto, el sonido de entrechocarlos unos con otros, y, de cuando en cuando, el avistamiento entre ellos de un jugador, que surge siempre sorprendente pese a que desde el principio era ese precisamente el objetivo de la búsqueda...
Uno, dos, tres, cuatro, cinco. Ya tenía cinco posibles fichajes. Negros, con buen peso, con solera, de baquelita...

La señora, que, entre tanto, se había quedado todo el tiempo a mi lado, contemplando muy interesada mis evoluciones, me preguntó entonces: 

-¿Son jugadores de fútbol lo que usted busca?

 
No es frecuente, pero a veces pasa: el ojeador había sido descubierto.

Resulta ser que la dueña del puesto, que se llamaba Nuria, y era de Sabadell, tenía -según me contó luego- unos clientes fijos, a los que todos los años vendía botones en Murcia, que ellos también buscaban botones grandes, de unas determinadas características, que al seleccionarlos comentaban unos con otros -Mira, este será un delantero. o -Este será un buen defensa, que le explicaban a ella cómo los iban a trabajabar, pegar o componer unos con otros, para lograr perfeccionarlos, y que, en fin, la habían ido instruyendo en general acerca de cómo distinguir al botón futbolista de los demás botones.

Nuria me describió a aquellos otros locos del botón, y lo hizo de manera que en seguida reconocí en ellos a los amigos de Orihuela. 
-Eso, de Orihuela, me dijeron que eran. Y me piden que cualquier botón de estos que consiga, recuerde guardárselo para el año próximo. En septiembre volveré a verlos.    

-Pues nada, cuando los vea, déles recuerdos de mi parte. Dígales que coincidió en Asturias conmigo, con Marcelo, de Los Verts de La Martinica.

Y con esto me despedí ya de la amable vendedora, tras de haberle devuelto -no sin algo de pena- los cinco botones que poco antes había preseleccionado de su colección, ya que comprendí que la plaza había sido conquistada con anterioridad por otros caballeros del botón, y no era cuestión de entrar en puja con ellos.

Cuestión de ética profesional entre colegas.

P.D. Además los botones en cuestión tampoco eran tan buenos, que si no, con ética y todo, a lo mejor les chuleaba a los de la Oriolbotón un poquitín la cantera. Je je.


Autor: Marcelo Suarez