´Cada botón tiene vida propia´

Carlos Espada en acción. F.Bustamante

La liga valenciana se consolida y cada equipo dispone de un estadio, taquilla, escudo, uniforme e himno propios

La Asociación Valenciana de Fútbol de Botones resiste de forma romántica, ajena a la modernidad de los videojuegos y a los ídolos de masas. Veinticinco equipos, con jugadores de todas las edades, mantienen viva una afición que traslada a sus protagonistas al territorio mágico de la niñez. 

Son las 22 horas del miércoles. El silencio de las calles de El Cabanyal sólo se rompe con los ecos de los partidos de Liga, en las terrazas de los bares. Mientras, a esa misma hora, en una planta baja de la calle Escalante, resisten los últimos románticos. Prefieren ignorar el juego casi robotizado de Cristiano Ronaldo, o las golpodas de vértido de Leo Messi. También la perfección tecnológica de las consolas. Todo con tal de no renunciar a una pasión «que nos devuelve a la infancia», como es el fútbol de botones. Allí, en el número 173, tiene su sede la Asociación Valenciana de Fútbol de Botones.
Un juego que sería dificilmente concebible sin el arte de Pepe Aygües. A sus 62 años, ya lleva más de 45 dedicándose al arte de fabricar botones de competición, de material clásico (metacrilato y polimetilmetacrilato). En un cuarto de la propia sede tiene instalado su taller: «No hay dos botones iguales ni tampoco dos botones que tengan la misma función». Así, los botones pasadores tienen el borde más redondeado, a diferencia de los tiradores o de los elevadores, más afilado. Los porteros son las fichas más grandes, con 5´5 centímetros de diámetro por 1´5 de altura, mientras que el tamaño de los jugadores de campo no excede los 4´5 centímetros de ancho. Con paciencia de orfebre, Aygües moldea, por encargo y a gusto del consumidor, los botones (y el color de las camisetas) de la mayoría de los 25 equipos, repartidos entre primera y segunda división, que cada viernes compiten en tensos partidos oficiales. El miércoles es el turno para entrenar y los encuentros amistosos.
«La gente creerá que estamos locos „apunta Carlos Espada, entrenador del equipo Cultural Balompédica de Benimaclet„, pero a diferencia del juego de chapas cada botón tiene vida propia». «No son simples botones. Igual que en el fútbol, hay defensas rudos, jugadores técnicos o delanteros que van bien de cabeza», prosigue Espada. La superficie de los ocho estadios repartidos en la sede varía, según lo rugosa o lisa que sea: «Hay un par de estadios en los que no puedo alinear a mis mejores jugadores, porque no se deslizan con suavidad. Es como si jugásemos en Las Gaunas». En esos casos, «a veces colocamos polvos de talco sobre la mesa para recuperar la velocidad. Es como si se diese un manguerazo al césped», ilustra Espada, que cada viernes se acuesta a las 5 de la madrugada actualizando los resultados en la página web de la Asociación y que ha creado incluso una aplicación de móviles para seguir a su equipo.
La afición a este deporte resiste, a pesar de que se han vivido épocas mejores: «A finales de los 50 y principios de los 60 el juego estaba en auge, sobre todo en la calle. Sobre el año 88 se reactivó otra vez. Ahora resistimos la minoría de siempre», dice Aygües con un punto de resignación. Como asegura Miguel Galindo, uno de los jugadores más veteranos, es el único juego capaz de reunir «a abuelo, padre y nieto, a tres generaciones distintas». De hecho, el espectro de edad en los participantes de la liga es muy amplio, desde los 76 años de Pepe Sancho, manager del decano Liverpool, a los 13 de Pablo Haro, el más benjamín, que dirige al Polvorilla.
Los partidos reúnen toda la pompa y boato posibles. Cada jugador dispone de estadio local, taquilla, escudo y hasta uniforme propio. También himno. Los botones del Hispania escuchan antes de cada encuentro, desde un móvil y con solemnidad, el himno español para motivarse. El nombre de los equipos es variopinto, y destaca la cantidad de denominaciones con referencias al Levante UD, como Agostinet FC, el Atlètic Granota o 1909: «No son mayoría, pero los valencianistas no tenemos la necesidad de recordar que lo somos», replica con socarronería Espada. Los partidos duran veinte minutos cada parte, más el descuento. Hay un árbitro, tarjetas, expulsiones, polémica. El partido avanza con un turno para cada jugador, al contrario de las reglas que imperan en Cataluña, donde cada futbolista dispone de cinco movimientos para favorecer el espectáculo: «Es el guardiolismo llevado a los botones», ironiza Galindo. El entrenamiento acaba y el viernes aguarda otro idílico regreso a la infancia.


Vicente Chilet.