Estadio de Salto, Uruguay. |
Finalmente,
se establecieron tres terrenos de juego “estables”, el del maestro José Luis,
el suelo del comedor de su casa, el de Juanito, en la trastienda del negocio de
su padre y la mesa del comedor de mi casa. Lo cierto es que el terreno del
“maestro” era huido por todos. Además de la superioridad técnica de José Luis,
el tío manejaba las junturas de las baldosas a su antojo y ese hándicap era muy
jodido para el resto. El terreno de Juanito era elevado y cómodo pero tenía un
gravísimo inconveniente. Estaba rodeado de estanterías y anaqueles de tal forma
que si un jugador caía al suelo con cierto impulso, era imposible de recuperar
porque no había quien fuera capaz de encontrarlo. Esto obligaba a jugar con
toques suaves y sin fuerza. El riesgo era “perder para siempre” al jugador que
cayera del tablero. José Luis perdió un extremo izquierda y pasó años sin
perdonárselo. Y mi campo. Una vieja mesa de comedor a la que se le abrían dos
alas en los extremos. Las alas abiertas tenían un cierto desnivel con la parte
central fija, pero con unas cuñas, se podían calzar y corregir los desniveles.
Resultaba al final un campo bastante largo, pero algo estrecho en proporción a
su longitud. De todas formas, presentaba unas uniones de tablas en el centro
con unas irregularidades tales que me especialicé en aprovechar las jugadas de
saque de centro (dos toques) para situar el balón en una de las irregularidades
y marcar gol por alto en la primera jugada del partido. Las jugadas de saque de
centro eran el terror de los contrarios porque no sabían cómo contrarrestarlas:
lo importante que era “el factor campo”
Cuando terminamos el bachiller llegó la diáspora. Unos cambiaron de Instituto para hacer el Preu. Otros lo hicimos en el mismo Instituto, otros se fueron a la Marina, otros simplemente se pusieron a trabajar. Y este fue uno de los referentes que marcaron el final de nuestra adolescencia y el comienzo de la juventud.
Todavía hoy, cuando visito la casa de mi padre, llena de ausencias y recuerdos, por los rincones de algunos cajones, aparecen componentes de la plantilla titular. Ahí siguen...¿volverán a jugar algún día?
Cuando terminamos el bachiller llegó la diáspora. Unos cambiaron de Instituto para hacer el Preu. Otros lo hicimos en el mismo Instituto, otros se fueron a la Marina, otros simplemente se pusieron a trabajar. Y este fue uno de los referentes que marcaron el final de nuestra adolescencia y el comienzo de la juventud.
Todavía hoy, cuando visito la casa de mi padre, llena de ausencias y recuerdos, por los rincones de algunos cajones, aparecen componentes de la plantilla titular. Ahí siguen...¿volverán a jugar algún día?
Anonimo