Relato de un botonero

Anoche me estaba acordando de cuando tenía unos 13 años y jugábamos al campeonato de botones, deporte por antonomasia y origen de los más grandes desafíos que ha dado el ser humano.
Mi amigo Santi nos enseñó a jugar a los botones. Se jugaba en un campo de subbuteo clavado en una madera. El recinto ideal era una azotea o un patio, marco incomparable. Un botón de camisa servía como balón, mientras que los jugadores eran botones mucho más grandes, de estos de abrigos antiguos de señora, que se podían comprar en lugares tan sórdidos como quincallas de la calle feria o en el mercadillo del Alameda. Las porterías estaban formadas por tres cintas de cassette, que marcaban perfectamente tanto altura como profundidad. El portero era un bote pequeño de mayonesa o mermelada.
Las partidas duraban dos tiempos de cinco minutos. Cada jugador, por turnos, tenía derecho a dar un toque (excepto en el saque inicial, que podías dar dos) y desplazar a su jugador, golpeando o no la pelota. Muchas veces los jugadores usaban sus turnos sólo para colocar o para obstaculizar al otro. Si tocabas a otro jugador se señalaba falta, y sólo se permitía un jugador rival como barrera. Si un jugador accidentalmente se montaba sobre la pelota se señalaba “mano”. Un árbitro vigilaba todo esto, así como decidía si la falta era meritoria de expulsión o de tarjeta amarilla. Cada vez que considerabas que tenías buena posición de tiro tenías que pedir puerta en voz alta. En ese momento el rival colocaba a su portero, y hasta que no da su beneplácito el atacante no puede tirar. Una última regla: cuando el tiempo se acababa el árbitro anunciaba que esa era la última jugada. Desde ese momento, si la pelota se iba fuera, había gol o una falta, es decir, si se paraba el juego, el partido terminaba. Si la pelota estaba en juego se seguía jugando. Como guinda, para evitar “faltas a posta” en esa última jugada, el receptor de la falta tenía derecho a tirar una última vez a puerta en ese libre directo.
Santi nos hablaba de jugadores veteranos, de más de cincuenta años, maestros en lo suyo, que le habían enseñado todo lo que sabe. El era el heredero. Jugábamos siempre pequeños torneos, triangulares o de cuatro, muchas veces simplemente él y yo. El siempre ganaba, era el más grande.
Un día de junio jugamos el torneo más grande jamás jugado, ocho personas, en la azotea de casa de Fernando. Había atmósfera de día festivo, comimos filetes con huevos fritos y patatas fritas y después de comer nos enfrentamos al supe torneo. Los jugadores eran los siguientes:
EL CAMPEON: “Seven“, el equipo de Santi. Había ganado el 95% por ciento de cualquier torneo que hubiésemos jugado. Era nuestro Induráin, el enemigo a batir, el ganador sobre el papel.
EL ASPIRANTE: “Oroco“, el equipo de Antonio “Toro”, un jugador agresivo y potente, el único capaz de ganar en torneo oficial al todopoderoso “Seven
LOS GUERRILLEROS:
- “Orión“. Era mi equipo, capaz de lo mejor y de lo peor, con jugadores imprevisibles como Salinas, un pequeño botón negro que hacía goles extrañísimos por su manera rara e indefendible de golpear la pelota… pero también hacía mano con demasiada frecuencia. Peleón pero también proclive a deprimirse si recibía un gol demasiado pronto.
- “Tabo FC“, el equipo de José Blas. Marrullero, chabacano, era como tener al Atlético de Madrid entrenado a la vez por Mourinho y Bilardo. Capaz de sacar petróleo de cualquier situación de Caos. Sus duelos con el “Orión” se saldaban siempre con varios expulsados y algunos días de no hablarme con él.
- “Villa FC“, el equipo de Salva, enamorado del juego creativo y preciosista, cambiaba un gol por cualquier jugada bonita. Eso, muchas veces, fue su ruina.
- “Angelote“, el equipo de Costilla, un jugador de la nueva hornada todavía en proceso de crecimiento pero que había demostrado ya maneras.
LOS NOVATOS:
- “Chiquetito“, el equipo de nuestro anfitrión, Fernando, era la primera vez que jugaba pero ya venía curtido de sus partidas de Subbuteo clásico. Imprevisible.
- “Salesianos FC“, el equipo de Luis, hermano pequeño de Fernando… que fue obligado por su madre a dejarle jugar. La perita en dulce.
Durante la fase de clasificación se crearon dos grupos, se clasificaban los dos primeros que jugaban las semifinales. En el grupo A el “Seven“, como era esperable, arrasó en sus tres partidos, incluido un 6-0 a “Angelote“. La sorpresa la dio “Chiquetito“, que en su debut logró colarse en el segundo puesto en semifinales, desbancando a un clásico como “Villa FC“, que dejó una imagen gris y un juego sin ideas.
En el otro grupo, que parecía más igualado, las cosas se clarificaron muy pronto, ya que “Oroco” y “Orión” jugaron entre ellos el tercer partido habiendo ganado los dos anteriores y, por lo tanto, clasificados ambos. Al final “Oroco” venció ese partido y quedó primero de grupo. “Salesianos“, como era de esperar, recibió tres goleadas y el partido que se presumía más “caliente”, el clásico “Orión - Tabo FC” fue un duelo de caballeros que se decantó muy pronto por el primero.
Las semifinales auguraban una final clásica y repetida, Oroco-Seven, pero la historia esta vez dio un giro inesperado. “Orión” ganó por segunda vez en un torneo a “Seven” por un contundente 3-0. El propio Santi reconoció cortésmente la derrota y dijo que era posiblemente el peor partido que había jugado jamás en un torneo. Pero el campanazo gordo lo dio el debutante “Chiquetito” al ganar por 1-0, gol de penalti, al otro grande, “Oroco“. La final del torneo más grande jamás jugado se la disputarían dos invitados con los que no se contaba: Chiquetito vs. Orión.
La final fue un gran acontecimiento. Santi incluso colocó una cámara de vídeo en un trípode para guardar el partido para la posteridad. Arbitraba Villa y los contendientes, amigos fuera del campo, se lanzaron a vivir los 10 minutos más importantes de su carrera deportiva. Todos los demás participantes fueron el público más numeroso jamás visto en una partida de Botones.
El partido fue tenso y sin demasiada calidad. Las defensas estuvieron seguras y las delanteras no encontraban hueco por donde hacer daño al rival. Después de diez minutos de duro combate cuerpo a cuerpo, Villa anunció “última jugada”. Fernando miró el campo. La pelota apenas atravesaba la divisoria y se encontraba en el campo del “Orión“. Un jugador suyo tenía un cierto ángulo para poder intentar un tiro difícil y lejano. Se colocó a ras de suelo para ver la perspectiva y preparó los dedos. Después de un par de minutos de tensión Fernando alzó la vista y dijo a Fanshawe: ¿ya? Fanshawe no había movido ni un milímetro a su portero, y quedaba un espacio grande en la portería. Sin mostrar ni la más mínima preocupación miró fijamente a su rival y le espetó: “tu verás”. Fernando se volvió a inclinar, curvó sus dedos y disparó. Fue un tiro preciso, con un ligero efecto de derecha a izquierda, potente, raso. Perfecto. La pelota entró por el palo derecho de la portería del “Orión“. En el último suspiro el debutante había marcado el gol de la victoria. Hubo gritos, algarabía, abrazos. Pero entonces una voz heló a todos.
“No ha pedido ‘puerta’” dijo pausadamente Fanshawe.
Las reglas eran claras. Si el jugador que tira no pide “puerta” en voz alta el tiro es inválido, ya que el portero rival debe dar su consentimiento, decir que está listo. Todos, Fernando incluido, caen en la cuenta de que Fanshawe no dijo nunca que estuviera listo. De hecho ni siquiera había movido a su portero. Se limitó a decir desafiante: “tu verás”. Fernando se quedó bloqueado, con la boca abierta, y musitó: “¡Sí que la he pedido!”. Pero su timbre de voz, el temblor que se sentía en sus palabras, hacían comprender que no estaba seguro. Tal vez había creído decirlo pero sólo lo había pensado. Tal vez… todos miraron a Salvador Villa, el árbitro, que no sabía qué hacer. Finalmente dijo en voz muy baja: “yo no lo he oído”.
Entonces fue cuando Santi, el gran campeón, el fundador de ese juego, el líder, cogió la cámara de vídeo y sentenció: “la verdad de todo está grabada aquí dentro”.
Fuimos como psicópatas a colocar la cinta en el vídeo de Fernando. Ambos temblábamos de la emoción, la tensión se cortaba con un cuchillo. Santi pasó el vídeo a velocidad rápida hasta que se llegó al momento crucial. Pulsó el Play. Se escuchó a Villa anunciar la última jugada. El público gritaba, animaba, comentaba, había un estruendo enorme. Entonces Fernando se arrodilló. Se colocó a pies de tierra y escudriñó la portería rival.
“Puerta”, se le escuchó decir nítidamente".

Anonimo.