CORCHETE
es uno de esos botones que jamás diría no a un partido de fútbol. Si le
dicen: -Vas a poder jugar., él no pregunta si el balón es grande o
pequeño, si es redondo o cuadrado, de cuero, de madera, de papel o de
latón, simplemente se calza sus escarpines y allá va, dispuesto a darlo
todo en el campo. CORCHETE, por cierto, tampoco preguntará, si el campo
es así o es asá, simplemente porque le da igual, ya que sabe que
disfrutará igualmente jugando sobre la suave melanina, que sobre la más
áspera madera, o incluso sobre la temible baldosa de gres. CORCHETE no
es, en fin, aunque normalmente juegue en los mejores y más cuidados
estadios, un jugador de salón, ni un remilgado. Es un todo terreno.
Por
eso yo ya sabía, cuando le comenté que me iba a Valencia al Torneo
Mediterráneo de Fútbol con Botones, que CORCHETE iba a insistir en venir
conmigo, y que, aunque le había advertido que no viajaba hasta allí con el propósito de jugar, sino sólo a ver, a aprender otras modalidades de juego, y a conocer personalmente otros botonistas, iba
a insistir también en traerse sus botas y su equipación, "Por
si acaso" -como él suele decir cada vez que cuela su equipaje
futbolístico en mis maletas, en mis bolsas de viaje, o en mis
bolsillos, para acompañarme, que es siempre.
En
parte me fastidia que indefectiblemente se salga con la suya él, -que
no es más que un botón, caramba-, pero a otra parte de mí le encanta que
CORCHETE sea así de terco, como una mula, y que esa obstinación suya le
lleve a acompañarme en toda ocasión, porque en el fondo reconozco que
tiene razón en eso de que nunca sabe uno dónde y cuándo va a poder
echar con algún prójimo unas improvisadas "pelotadas".
Y así resultó ser
también esta vez, que llevaba yo ya toda la mañana y gran parte de la
tarde como espectador del Torneo, cuando muy amable se acercó a mí
Indalecio, de la Asociación de Orihuela, y me propuso que, si me
apetecía y había traído conmigo mis botones, podíamos él y yo echar un
partidillo... Tiempo le faltó a CORCHETE en cuanto oyó que hablaban de
"mis botones", o sea, de él, para saltar como impulsado por un resorte
desde el bolsillo de mi cazadora a la mesa de juego más próxima, y
empezar a realizar sobre ella ejercicios de calentamiento.
El partidillo
en sí puede resumirse en muy pocas palabras: Indalecio, sin perder ni
un ápice de su amabilidad, pero implacable, me endosó un tanteo de 8 a 1
en menos que canta un gorrión.
Tal resultado habría
desbaratado a cualquiera. A mí, sin ir más lejos, reconozco que me dejo
sumido en hondas cavilaciones acerca de las cosas y de la vida.
Sin embargo a CORCHETE no le afectó.
Cuando ya de regreso
en Zaragoza, donde haríamos escala para al día siguiente continuar
camino de Asturias, quise intercambiar impresiones con él acerca de lo
sucedido, -mi intención era levantarle un poco el ánimo, que suponía
bajo-, me lo encontré concentrado garrapateando en una libretita su
letra apretada y diminuta.
Me asomé a mirar por encima de su hombro y vi lo que hacía: estaba tomando notas y apuntes. Comenzaba
a preparar el próximo encuentro contra el equipo que por la tarde le
había hecho morder el polvo (el polvo de talco, para ser más exactos) de
aquella manera.
CORCHETE
sabía que el fútbol suele dar, más pronto o más tarde, oportunidad para
la revancha y, cuando esta llegase, quería estar preparado.
Fútbol con Botones y Rebote a Banda