Memorandum

Los Verts en acción
“La madurez del hombre es
haber vuelto a encontrar
la seriedad con la que jugaba cuando era niño”


Cita de el Taco; Almanaque de Pared (enero -diciembre 2014)

Viajar en avión. Sales de Asturias, poco más de una hora de vuelo, y ¡Magia!: estás en Valencia.

Antes del despegue dan orden de apagar teléfonos móviles, y apago el mío. Un deportista ha de ser, -según lo entiendo-, ejemplo de ciudadanía dentro y fuera de los terrenos de juego.


Lástima no volar a menudo. Si lo hiciese, tal vez habría tenido más posibilidades de recordar luego mi número PIN. 

En Valencia, incomunicado.
Tras el sexto intento fallido mío de recordar (al final, a la desesperada, ¿acertar?) el número PIN, mi teléfono móvil se ha plantado cruzado de brazos. Él a eso, en su idioma, le llama bloquearse.

El teléfono, tras haberse bloqueado, me dice que puedo desbloquearlo introduciendo mi número PUK.
Típico humor de máquina: pedir el PUK a quien no recuerda el PIN. Ja, ja.


Próximo objetivo, ya en Valencia ciudad: oficina de mi operadora, en la que puedan socorrerme.

Una señorita muy amable, tras haberme escrutado al principio con aire de sospecha, como potencial ladrón internacional de dispositivos móviles, una vez que me he identificado como yo mismo, mostrándole mi DNI, cordial y solícita, me desbloquea el teléfono. 
Me aconseja que como nuevo PIN elija un número fácil, que no me cueste recordar más adelante. Tecleo: “1,2,3,4”, resignado, convencido de que, aun así, cuando lo vuelva a necesitar, no seré capaz de recordarlo.

Me despido de la señorita, agradeciéndole su ayuda, y me pongo a responder a todas las llamadas perdidas. Soy Marcelo Proust.

Despertaferro y Laietà se han quedado atrapados, -me informa éste último-, en medio de una manifestación global, anti-todo, en el centro de la ciudad. Viernes es, al parecer, día de manifestarse en la capital del Turia.
En cuanto se logren liberar, hemos quedado en reunirnos en la Avenida de Neptuno.

Con ese nombre, la Avenida de Neptuno sólo cabe que esté situada junto a la playa, y, en efecto, en el plano que me facilitan en la recepción del hotel, allí la encuentro.

Anochece y decido ir en metro, agoto para ello mi vuelta del ida y vuelta. Mañana será otro día.

Ya juntos, Despertaferro, Laietà y Astur, -como en capítulo crucial de la antigüedad-, vamos a cenar a La Pepica, un restaurante del que Despertaferro nos dice guardar buen recuerdo de anteriores viajes. Ensalada, arroz, conversación sobre lo divino y lo humano. Despertaferro tenía razón. Todo estupendo. Tan a gusto estamos, que a punto estamos de perdernos la jornada de liga.

Tranquilos, llegaremos.


Laietá asegura que sabe llegar a la calle Escalante y, Despertaferro y yo con esa paz interior que da el haber cenado bien, nos fiamos. Caminamos según sus indicaciones. Noche agradable, alguna que otra máscara, vestigio de Carnaval, y bastantes tracas de petardos, anticipo de las Fallas. Llegamos justo a tiempo a la sede de la Asociación, en el número 173. Allí están, espadas en alto los unos con los otros, los mejores equipos, la primera división, del Fútbol con Botones valenciano.

Maxplas y Anbalsal se enfrentan en uno de los campos. Es como retomar la historia desde el punto en el que lo habíamos dejado en nuestra última visita, un año atrás, –cuando estos mismos equipos se jugaban la final de la anterior edición del Torneo Mediterráneo-.
Hoy empatan a doses, mientras en la mesa de al lado la Cultural vence 2 a 0 al Laurus.


Un segundo gol de los de Benimaclet, para las videotecas de fútbol: el delantero blanco que le gana la espalda al defensa, y que chuta con picardía al rebote contra la susodicha retaguardia de su adversario. El portero, sorprendido por la carambola, sabe que nada útil puede hacer, y, por eso, hace la estatua.
Estoy deseando –le digo a Carlos Espada- leer tu crónica de este gol. Y eso que acabo de verlo con mis propios ojos.


Tras poner el punto final a la jornada del campeonato local, los valencianos ejercen de lo que son: excelentes anfitriones.
La Cultural se ofrece a practicar con el Despertaferro y el Ferrima hace lo propio con los Verdes. Al Laietà lo pierdo de vista, pero estoy seguro de que tampoco está desaprovechando el tiempo.


Son más de las doce de la noche, y el balón rueda aun muy fresco.

Nos retiramos de madrugada, y nos vamos a soñar con lo que nos espera al día siguiente, que es, en realidad, hoy mismo, pues nos hemos ido a dormir a las tantas.

Me despierto. Me preparo. Preparo a mis jugadores. Les doy una charla motivadora. Aun y con eso, sigue siendo demasiado temprano. Como no he quedado hasta las nueve, salgo a explorar, con la primera luz, la Avenida del Puerto. La Fortuna me guía hasta un churrería, que abierta ya (o todavía) despacha porras, churros y buñuelos. He de esperar mientras un borracho explica a la churrera que su mujer le pega. Lleva gafas oscuras, que se quita para ilustrar el hecho. Pero no veo en su cara ninguna marca, sólo que es un tío bastante feo. Se marcha con su música a otra parte, y compro yo dos porras formidables, que habrían hecho las delicias de mi padre. Vaya por él también, pues, este momento.

A las nueve y cuarto hemos llegado, Carlos Espada y yo juntos, a la sede del torneo. No hay nadie más, sin embargo, se ve –igual que en el cuento-, que alguien ha pasado por allí recientemente. Por eso, buscamos en lugares próximos, y hallamos en seguida, a nuestros compañeros, que sentados al sol en una terracita, se toman un enorme bocadillo -El almuerzo.

Yo me tomo un café bastante bueno, que no puede, aun así, superar el colosal recuerdo, de las porras fritas, que poco antes me zampé de la mano del recuerdo de mi viejo.

Que empiece el campeonato.
Pero antes, -un momento, que ahí llega Indalecio, el Illacos de Orihuela. La de enfrentarnos él y yo, allá donde nos vemos, es y será tradición que, antes de nada, debe cumplirse
Otras veces me había derrotado cómodamente. Hoy la cosa cambia, lo contengo, tengo buenas vibraciones, le gano.
–Has mejorado. –me dice-,
–Ya lo sé, es que me entreno.
Llaman, ahora sin posible aplazamiento, a empezar la primera fase del torneo.


En el primer partido, muerdo el polvo. Logro un gol con el que salvo la honrilla y tengo, además, el consuelo de que me derrota un gran equipo dirigido por un no menos grande míster, el Atlético Granota de Galindo.

Toca ahora el segundo, que no es menos bueno. El Spartakus de Dalmau pone cerco a mi portería. Me salvan la suerte y las paradas del portero, -El gato Lahuerta-, que me ha cedido la Cultu para el día entero.
A los instantes finales llegamos así cero a cero, entonces llega el balón a mi extremo Zapatones. Chuta y marca, no me lo creo. ¿He ganado? El Ferrima, que por allí pasaba, me dice que no con el dedo. -¿Por qué? ¿Qué ha sucedido? –Ha sido fuera de juego.
Pitan el final y empatamos.
Frente a tan admirado y querido rival, abro, por lo tanto, con especial honor, la cuenta de puntos en mi casillero.


A la vuelta me aguarda el Mocusandos, que me cuenta que viene de vencer al Rekena por 4 a 0. –Pues yo de empatar con Spartakus, que tampoco es moco de pavo, -le respondo con carga de profundidad de igual calibre-.
Primeros compases y marca mi adversario. Pronto, sin embargo, logro empatar. Como diría mi amigo Jesús, "el partido está entero". No se desequilibran las fuerzas. Puede pasar cualquier cosa, chuto al poste. Un segundo remate también al poste me indica que la Fortuna, que antes se aliara conmigo, ha dado unilateralmente por concluido nuestro noviazgo, sin tener siquiera la consideración mínima de
advertirme antes, aunque fuera por SMS.


Otro punto, llevo dos, y tengo que enfrentarme al Rekena United. El instinto futbolbotonístico me advierte del peligro que ha de entrañar el encuentro con un rival que viene de perder todos sus anteriores partidos, y, por ello, herido y con ansia de reivindicarse.

Mis jugadores acusan el esfuerzo de los dos partidos previos y regalan en éste a su rival dos goles muy tempraneros. La brecha parece demasiado grande para poder salvarla. Mi banda derecha es un coladero. El gato de la Huerta se ve obligado a trabajar horas extras. La situación es desesperada. Aun así una jugada brillante, un tiquitaca entre Niervo y Zapatones, me permite acortar distancias. La reacción, no obstante, se queda en espejismo. De inmediato el 3 a 1 para los de Mancini mata definitivamente la libélula vaga de mis ilusiones. Mientras, el Rekena se reconcilia con su afición y consigo mismo.

Resta un sólo encuentro. Y es contra un oponente que se me antoja demasiado poderoso.
El D.Ü.A., -clasificado en los primeros puestos de la primera división valenciana-, hace valer sus galones, mandando en posesión y en ritmo en todo momento.
Los Verdes nos defendemos bravamente. Recomponemos las líneas que con el Rekena habían quedado rotas. Así aguantamos el 0 a 0 buena parte del tiempo reglamentario. Pero al final el D.Ü.A. termina por abrir la lata, y a continuación nos fulmina con el 2-0. Definitivamente, hemos caído.


Sumamos, así pues, dos puntos. Bagaje insuficiente para clasificarnos. El presidente baja a los vestuarios, donde saluda uno a uno a los jugadores, -Ukelele hace notar a los demás cómo el presi se parece al míster, como dos gotas de agua, y cómo el míster ha desaparecido, como si su gota se hubiese evaporado-.
El presidente sabe sus nombres, les pregunta por sus familias, por sus aficiones. Es un tío grande, el Presi. De hecho a muchos de los jugadores los ha bautizado él, ha elegido sus nombres personalmente, y no sólo eso, sino que también él ha estampado a mano esos mismos nombres, con rotulador permanente, sobre el número a la espalda de sus camisetas.
El presidente improvisa un discurso, en el que destaca la entrega de sus muchachos. Alaba el coraje de los delanteros, al haberse fajado con defensas muy superiores en físico. Incluso de los errores garrafales de los zagueros nada comenta, destacando en cambio aquellas fases en que la defensa fue numantina, inexpugnable y certera.


Zapatones, entre emocionado y distraído, se enjuga una lagrimilla con el calcetín que acaba de quitarse.
Estamos viviendo uno de esos momentos por los cuales merece la pena perder.


Sigue el campeonato con los mejores. Buenos octavos de final; mejores cuartos, fabulosas semifinales, y, tras ellas, el último encuentro, el que servirá para coronar al nuevo campeón Mediterráneo.
Spartakus se mide con el Nastic. Le bras petit le juega al de Barcelona una mala pasada, deja un balón suelto en defensa y el delantero che no perdona. Se adelanta el Nastic, que demuestra a partir de entonces por qué es considerado maestro en el manejo de los tiempos y de los riesgos.
Spartakus aun así busca el empate sin desfallecer, hasta que llega una jugada fatal, rigurosa expulsión de uno de los suyos, por aplicación literal del reglamento.
Cualquier otro habría protestado, habría invocado los derechos humanos del botonista. El Spartakus no. Acostumbrado a jugar en cualquier circunstancia, y a enfrentrarse a todo tipo de elementos, retira sin rechistar a su jugador del campo.
Es el público el que más lamenta el hecho.
Con un hombre menos, las opciones son casi inexistentes, pero Spartakus lo sigue intentando.
Sólo tras el pitido final cesa en su empeño, para dar de inmediato la mano al campeón.


Carlos Espada se ha encaramado en una silla para desde allí filmar en video. Le hago una foto y se la envío junto con este mensaje: -Te envío esta foto para que veas cómo vas a ser el día que te pongan el monumento que mereces”.

El torneo Mediterráneo ha finalizado en su tercera edición. Todos nos apuntamos para la siguiente. Mañana faltará un día menos.

Todavía hoy, aun queda sábado suficiente para cenar en la compañía de dos amigos. Hablamos un poco de todo, pero en especial de fútbol con botones, y, dentro de él, de ese fútbol con botones que conserva el romanticismo del fútbol primero, el de los defensas que juegan con boina calada, el de las casacas cuyo cuello se cierra con cordón, el de los nombres sonoros, con un significado y una historia, que, tantas veces, con el tiempo, llega a ser leyenda...

No habría podido imaginar un colofón mejor, por eso cuando mis acompañantes dicen, que podría acercarme al centro, donde vería un castillo de fuegos artificiales, digo que no, que mejor me retiro.
Prefiero finalizar la jornada con otro castillo distinto, el de goles, jugadas, sonrisas y recuerdos, que botonistas de Valencia, de Orihuela, de Barcelona y uno asturiano, entre botón y botón, recíprocamente nos hemos regalado.


Marcelo Suarez