El optimismo de uno mismo.

Una de las formaciones de los "Verts de la Martinica"  
De izquierda a derecha y de arriba a abajo: Ze-Rojo; Granuja;
Patidifuso, Michu (el Marrón), Gaínza; Uniquín II; Perlé (o rei), 
Taca, Morán, Charli y Carnevali.
Allá en los tiempos en los que yo era estudiante, teníamos un profesor que en vísperas de exámenes nos sometía a una especie de encuesta acerca de cuáles eran nuestras esperanzas de cara a ese reto que se presentaba ya como inminente.

-¿Confían ustedes en aprobar? -nos preguntaba-
Pues hacen bien,... -continuaba dando así réplica a respuesta que no habíamos llegado a formular, pues no nos había dado tiempo para ello...

No era que FABIO, -que así se llamaba el profesor-, estuviese convencido de que los resultados que íbamos a cosechar fuesen a ser brillantes, (no tenía base para ello), sino, -como, aclaraba en seguida, tras una brevísima pausa, una especie de "paradina" en su discurso, que cada uno de nosotros aprovechaba para sumirse en particulares ensoñaciones-, porque consideraba que el optimismo ha de ser libre.

Así lo decía: -... hacen bien, en confiar, señores, porque el optimismo es libre.

Y tenía mucha razón FABIO en esto: el optimismo es más libre que el más libre de los pájaros del cielo.

Así como el pesimismo es un lastre tremendo que ha frenado de manera irremisible y definitiva infinidad de proyectos, fulminándolos apenas incipientes sin darles tiempo siquiera de explicarse debidamente, el optimismo, en cambio, se escapa a cualquier límite, barrera o condición: lo mismo vuela a la Luna que a Marte, igual contruye un rascacielos, que gana un premio Nóbel.
Aliado con la imaginación, su habitual compinche, el optimismo es realmente invencible en cualquier campo o materia, y ni siquiera se detiene a vanagloriarse, pues, para él, lo de ganar, es lo normal.

Me acuerdo de FABIO estos días, vísperas de otros venideros próximos en los que mis muchachos de LOS VERTS DE LA MARTINICA tendrán que habérselas, en Champions, con los más grandes equipos de cada Asociación de las de Cataluña y Valencia, lo que es tanto como decir con los más poderosos de Europa.

Días en los cuales mientras yo, humilde, y gacha la cresta de gallo, dedico cada rato libre que tengo a zurcir con un hilo de cordel que tengo, -ad hoc e incombustible-, el saco viejo en el que creo firmemente que me traeré a Asturias los goles que encaje por docenas, ellos, en cambio, -mi imaginación y mi optimismo, par de dos alegremente asociados, ella luciendo una enorme pamela y él un atrevido sombrero de paja-, se pasean de acá para allá cotorreando, haciendo planes de celebración de títulos y no sé cuantas otras cosas que ya no alcanzo a escuchar, absorto, como sigo, en mi labor de costura, igual que uno deja de oír el piar de los pájaros en libertad a medida que éstos se animan, se envalentonan al volar, y van subiendo y subiendo más alto.

Marcelo Suarez