Estoy
leyendo un libro, que está muy bien y os recomiendo. Se llama El
Cerebro Idiota. Entre otras cosas la mar de interesantes, el autor, un
neurocientífico galés, -que ignoro si es botonista, pero deduzco que
bien pudiera-, explica de manera llana y amena cómo muchas veces
nuestros cerebros "se autoengañan", casi siempre con el fin de obtener
una "recompensa", que considera suficiente para justificarlo: Ya sabéis,
por aquello de que el fin justifica los medios.
Dice el autor, por ejemplo, que al cerebro medio le encantan los dulces, y por eso, para obtenerlos, lo que hace, incluso tras las comidas más copiosas, es engañarse a sí mismo, -a su parte más elemental, la que dice "¡Estómago lleno! ¡NO comer más!"- convenciéndola de que ningún mal puede hacerle al humano por él gobernado comer otro poquito, siempre y cuando sea algo bien dulce.
Y cualquiera que esté lo bastante enganchado a una afición, -como a fe mía que ha de estarlo quien dedica tiempo a leer un blog dedicado al fútbol con botones-, comprende en seguida que el cerebro es goloso en muchas más cosas que en postres, pues una de sus habilidades está en hallar recompensa en los lugares y acciones más simples e insospechados.
Habilidad que yo diría, -y que me perdonen por lo presuntuoso, si no comparten esta opinión, las damas presentes-, se presenta con mayor frecuencia y/o en mayor grado de desarrollo en los cerebros masculinos que en los femeninos, pues el cerebro macho es especialista precisamente en eso, en disfrutar como niño de cualquier tontería, o incluso del no hacer nada al que los italianos, admirados, califican -y no parece que sea casualidad- como "dulce" no hacer nada.-
De ahí que no me parezca exagerado, sino ajustado por completo a la realidad y de lo más justo, proclamar, como lo hago en este post, que nuestro querido juego y afición, amigos míos, el de chutar a gol un botón pequeñito valiéndonos de botones mayores de calibres varios, ha de considerarse -¡pásmense los no botonistas, si los hubiere!- actividad de las más cerebrales, y dirigida, además, -según refiere este autor que os cuento, -que no es un cantante cualquiera, sino un neurocientífico eminente-, dirigida -digo- por la parte más evolucionada de nuestro cerebro, -¡Toma ya!-, la cual imponiéndose al primer impulso de su otra parte, primitiva o reptiliana, -que más bien preferiría mandarnos a cazar mamutes, o, a falta de estos, a ganarnos el pan de manera más acorde con los tiempos-, se autoconvence a sí mismo de que ningún daño ha de hacer a la supervivencia de la especie el que algunos de sus especímenes dejen de correr de vez en cuando, para darse el premio, y el gustazo, de jugar durante esa pausa un partidillo de fútbol con botones.
Dice el autor, por ejemplo, que al cerebro medio le encantan los dulces, y por eso, para obtenerlos, lo que hace, incluso tras las comidas más copiosas, es engañarse a sí mismo, -a su parte más elemental, la que dice "¡Estómago lleno! ¡NO comer más!"- convenciéndola de que ningún mal puede hacerle al humano por él gobernado comer otro poquito, siempre y cuando sea algo bien dulce.
Y cualquiera que esté lo bastante enganchado a una afición, -como a fe mía que ha de estarlo quien dedica tiempo a leer un blog dedicado al fútbol con botones-, comprende en seguida que el cerebro es goloso en muchas más cosas que en postres, pues una de sus habilidades está en hallar recompensa en los lugares y acciones más simples e insospechados.
Habilidad que yo diría, -y que me perdonen por lo presuntuoso, si no comparten esta opinión, las damas presentes-, se presenta con mayor frecuencia y/o en mayor grado de desarrollo en los cerebros masculinos que en los femeninos, pues el cerebro macho es especialista precisamente en eso, en disfrutar como niño de cualquier tontería, o incluso del no hacer nada al que los italianos, admirados, califican -y no parece que sea casualidad- como "dulce" no hacer nada.-
De ahí que no me parezca exagerado, sino ajustado por completo a la realidad y de lo más justo, proclamar, como lo hago en este post, que nuestro querido juego y afición, amigos míos, el de chutar a gol un botón pequeñito valiéndonos de botones mayores de calibres varios, ha de considerarse -¡pásmense los no botonistas, si los hubiere!- actividad de las más cerebrales, y dirigida, además, -según refiere este autor que os cuento, -que no es un cantante cualquiera, sino un neurocientífico eminente-, dirigida -digo- por la parte más evolucionada de nuestro cerebro, -¡Toma ya!-, la cual imponiéndose al primer impulso de su otra parte, primitiva o reptiliana, -que más bien preferiría mandarnos a cazar mamutes, o, a falta de estos, a ganarnos el pan de manera más acorde con los tiempos-, se autoconvence a sí mismo de que ningún daño ha de hacer a la supervivencia de la especie el que algunos de sus especímenes dejen de correr de vez en cuando, para darse el premio, y el gustazo, de jugar durante esa pausa un partidillo de fútbol con botones.
Autor: Marcelo Suarez