Por
mucho que admiremos las capacidades de nuestros ojeadores, siempre
conservaremos una última neurona en la mollera que nos llevará a
reconocer que incluso para ellas existen ciertos límites.
Entre
los límites en las capacidades del ojeador destaca el de no poder
discernir a priori si éste o aquél botón podrá llegar a ser un jugador
líder.
El ojeador distingue botones futbolistas, de botones del montón, y entre los botones futbolistas aun diferencia a los mejores. Pero una cosa es ser buen o mejor jugador y otra, varios pasos más adelante, erigirse en líder de un equipo.
El
líder sólo cabe reconocerlo una vez que el balón se ha puesto en
movimiento: es el botón que nunca se esconde, el que no se achica, aquél
al que todos los demás miran y el que con una mirada suya gobierna
absolutamente el juego.
Del
reconocimiento por los compañeros, el botón líder pasa luego a ser
reconocido también por su entrenador: es fijo en las alineaciones,
recibe especial atención de limpieza con un trapito antes de empezar
cualquier partido, es el preferido también en aquellas jugadas
consideradas más difíciles, delicadas o de mérito, y, tras el pitido
final, el guardado el primero y con mayor mimo y cuidado en la caja de
botones.
La
perdida del jugador líder será, para cualquier botonista medianamente
sensible, tragedia. Lo considerará insustituible, y aunque al cabo de un
tiempo lo sustituya, no volverá a emplear su mismo nombre, salvo que lo
haga con la respetuosa apostilla de "Segundo" en el jugador nuevo,
porque igual que aquél nunca habrá otro.
Autor: Marcelo Suarez