Colocando los botones para iniciar el partido. |
La asociación de fútbol de botones agrupa a aficionados con colecciones de hasta 3.000 jugadores
Decenas de valencianos continúan con una tradición nacida en la posguerra.
Aquí no se pagan 94 millones de euros por el jugador más
codiciado del momento, pero se puede tener en el banquillo a todo un
Cristiano Ronaldo, aunque no de carne y hueso, sino de la pasta con la
que se hacen los botones. Es más, se puede tener a toda la plantilla del
Real Madrid, a la del Barça tricampeón o, por supuesto, la del Valencia
CF.
El fútbol de botones tiene todos los componentes del
deporte de masas, pero es mucho más humilde. Se puede gestionar el club
desde sus cimientos, buscar a jugadores estrella y ficharlos, planificar
estrategias, entrenar o diseñar equipamientos. Eso sí, esos papeles
recaen en una sola persona.
Bien lo saben los miembros de la Asociación Valenciana de
Fútbol con Botones, que lleva casi dos décadas impulsando esta
disciplina con las puntas de sus dedos. Estos, y no las piernas y las
cabezas de los jugadores, son los protagonistas en este juego, que todos
los viernes convoca a gran número de 'botoneros' en la sede de la
asociación en la calle José Benlliure de Valencia.
Uno de los socios del club, Andrés Ballester, comenzó a
jugarlo en los 80 junto a su primo y su tío, a los que poco después se
sumó su hermano. Eran los Ballester y encontraron dignos contrincantes
en los Nagore, equipo formado por su mejor amigo y otros familiares.
Sus botones son los de todo un profesional, aunque la
mayoría han corrido ya muchas bandas en el terreno de juego. Se confiesa
valencianista, pero sus jugadores no visten de naranja, sino con el
escudo familiar de los Ballester.
En Valencia son alrededor de una veintena los que se
congregan de octubre a junio para darle al botón. Pronto, en Orihuela,
comenzará a funcionar otro grupo, con el que tienen previsto celebrar un
campeonato. El problema, como casi siempre, es que cada asociación
tiene su propio reglamento, lo que supone «una desventaja» para el
visitante, pues normalmente «jugamos con las reglas del lugar adonde
vamos», dice Andrés Ballester.
Y no suele ser mala su actuación. Todo lo contrario. En
las filas de los valencianos hay algunos 'cracks' como Manolo Ricart.
Pertenece a una saga temida por el resto de 'botoneros' en Valencia. La
pasada temporada ganó cuatro de los cinco torneos disputados. «Estamos a
un nivel un poco por encima de los demás, aunque hay otros tres o
cuatro jugadores muy buenos también», dice. El motivo, reconoce, no es
otro que las horas que, tanto él como su hermano, Nacho, han dedicado a
los botones. «De niños, les dedicábamos todo el fin de semana»,
recuerda.
Se introdujeron en este deporte cuando su altura apenas
les permitía ver el tablero posado sobre la mesa del comedor. Su padre,
que ya jugaba en la posguerra, fue quien les metió el gusanillo y,
ahora, él espera que su niño de 3 años también «siga la tradición».
Entre los tres Ricart han llegado a reunir 3.000 botones, con los
nombres de todos los equipos federados. Entre los jugadores hay un
Cruyff y Kempes, pero también nombres inventados como 'Pecholobo'.
A la caza del 'crack'
No ha sido tarea fácil juntar tal cantidad de jugadores.
«En España es díficil encontrar un pueblo que no hayamos visitado»,
confiesa Manolo Ricart. En la búsqueda de botones antiguos, los mejores
para jugar a este deporte, han recorrido cientos de mercerías. En una de
Albacete se llevaron una sorpresa: «Conseguimos 1.000 botones que el
dueño iba a tirar. Le dimos 10 euros, aunque no quería cobrarnos».
Este valencianista hasta la médula se tomó un respiro de
los botones entre los 18 y los 26, aunque luego retomó la afición «con
fuerza», hasta el punto de reconocer que, en su caso, «es algo
enfermizo, una obsesión».
Y para moldear grandes 'cracks' no hacen falta gimnasios,
sino una lija y un pequeño torno si se es manitas, o la ayuda de un
joyero aficionado a los botones. Pueden costar entre 6 y 15 euros.
Pese a que hay afición en España, no llega al nivel de
Brasil, su cuna como disciplina organizada. Allí, en 1930, Geraldo Celso
Décourt publicó el primer libro con las reglas oficiales. A partir de
ahí, el negocio puso el punto de mira en esta disciplina. De los
primeros botones que se utilizaron en el juego, sacados de camisas o
chaquetas, se pasó a las fichas de póker o a materiales como el galalite
(semejante al marfil), el más apreciado por los entendidos.