aficionados veteranos |
En aquellos años dinosaurios no
había, pero en cada casa contábamos con cierto parque eléctrico: una radio, una
televisión en blanco y negro, monocanal, y una nevera, y los más afortunados
tenían también un “pickup”. Los ordenadores sabíamos que existían, más que nada
de verlos en las series americanas de espionaje, muy propias de tiempos de
guerra fría, pero en nada se parecían a los actuales pues ocupaban una
habitación entera e incluso se usaba más el término cerebro electrónico. De
ciencia ficción nos hubiera parecido a los chaveas de entonces disponer de lo
que ahora es habitual para los de edad más tierna. Por entonces lo más virtual
que conocíamos eran las guerras de indios o, lo que quería contarles, los
partidos de fútbol de botones.
A peseta los grandes y a dos reales
los pequeños se vendían en las “Bragas Ye-yé”, un minúsculo tenderete de la
calle de la Cárcel que lucía como reclamo una inmensa prenda íntima femenina
que igual podía servir como falda de mesa camilla. Los mejores eran los de abrigo,
con su contorno resaltado, que no saltaban y ofrecían una mayor superficie
donde fijar la cara del futbolista que se tratara, recortada de los cromos y
pegada con fixo. Se juntaban diez y ya estaba listo un equipo, completado con
un tarugo de la arquitectura que hacía de portero. Y el balón, que era un botón
de camisa. La cancha era preferentemente la mesa familiar o el santo suelo, si
era lo suficientemente liso para que los botones se deslizaran sin saltos. En
mi casa, por sus vetustos suelos de losetas muy irregulares, echábamos una
plancha de pané, y con dos porterías confeccionadas con sendas cajas de zapatos
ya estaba organizada la competición en la que se podía profundizar en los
secretos de la WM, tan en boga, o ir ensayando otras tácticas que empezaban a
asomarse a nuestro fútbol.
Yo tenía en botones los dieciséis
equipos que formaban la primera de por entonces y seguía partido a partido todo
el mismo calendario oficial, a doble vuelta, y ¿quién creen ustedes que solía
ganar aquellas ligas?, pues el Granada C.F., naturalmente, el mejor de todos
los equipos, el que disponía de la mejor plantilla (y también de alguna venial
ayudilla arbitral) y solía adjudicarse también el Zamora y el Pichichi.
Porque este divertido juego permitía,
tal como ahora los de ordenador, jugar uno solo o contra otro, o los partidos
internacionales, cuando nos juntábamos tres o cuatro en una u otra casa y cada
uno aportaba su propio equipo. Aquellos cuadrangulares levantaban también sus
pasiones y en más de una ocasión acabábamos como el rosario de la aurora.
En la Red se pueden visitar numerosas
páginas que ponen de manifiesto que, pese al universo electrónico de hoy con el
que tiene que competir, no ha muerto este apasionante juego que fue muy popular
en la España de posguerra. En países como Brasil sigue muy vivo, con
competiciones de nivel e incluso con profesionales que viven de esto. Y hay
hasta una asociación que promueve que sea aceptado como deporte olímpico.
Servidor no descarta que, si consigo superar esa estúpida aprensión que me
produce entrar en un universo eminentemente femenino como es una mercería,
cualquier día de estos vuelva a hacerme con lo necesario para revivir los
momentos felices de una infancia ya -¡ay!- cada vez más lejana.